Voy a comenzar por la fácil: qué buena actuación la de Lina Mazorra, actriz de Fractal Teatro, quien interpreta el monólogo Antes del desayuno, versión libre de la obra de Eugene O'Neill. El tiempo en el que sucede es ese: esa hora viva pero aún adormecida que transcurre entre el momento en el que, con dificultad, se abren los ojos, se desarrugan los músculos y se arrastran los pies hasta la cocina, lugar donde todos esperamos darle una estocada final al sueño con una taza de café. Entonces, el tiempo en el que transcurre sería algo así como el tiempo de despertar.
Sin embargo, la luz cambia y cambian los gestos de la protagonista. Y cambia, también, la ubicación. Ahora no miro hacia la izquierda, mi mirada gira hacia la derecha y allí está ella. Su voz también ha cambiado, el temblor ha desaparecido. La vertiginosidad de su soliloquio mañanero en la cocina, iluminada con luz amarilla, esa cocina revestida de cotidianidad doméstica, esa cocina en la que se puede oler el café y el cigarrillo y la madera vieja y desde donde aparece esa tonada repetitiva y punzante de una radio que suena a abandono.
Ella es la mujer. La mujer de Alfred Rowland, para ser exactos. Desde que era muy joven le hicieron el favor de casarse con ella, tras quedar embarazada y él, víctima de ese matrimonio obligado, ha dedicado su vida a ser el mismo que siempre fue: según lo describe su mujer, un pobre diablo con delirios de poeta, a la espera de una publicación, bohemio, vago y mujeriego. Habría que preguntarle a Rowland cómo se describe él, pues en la obra sigue dormido, es invisible, mientras la señora Rowland (¿cuál será su nombre?) se prepara para ir a trabajar, pone a hacer el café, fuma, bebe y busca unos mendrugos de pan en la alacena para completar el desayuno.
Hay en este personaje un desdibujamiento del estereotipo femenino. Parece que despertara de un trance de sometimiento, de vergüenza y de silencio. Desde la cocina —espacio tradicionalmente femenino— pronuncia palabras duras, ataca a su marido, desentraña su soledad de mujer para recordarse a sí misma que quizás no tendría que estar más allí. Que quizás es él quien no debería estar. El monólogo es un acto liberador, un grito contra las condiciones que por tradición le han tocado, el desenlace de una historia de subyugación y derrota.
Y todo lo que vemos en esta propuesta nos habla de cambio, de tránsito: luces y sonidos que se alternan, la contraposición de su escenografía que nos habla de dos mundos, el tono y el ritmo de la voz que allí se altera y aquí se calma, la dirección de la mirada de la actriz, la posición de su cabeza y la disposición del cuerpo, que allí se ve cansado y envejecido y aquí pareciera un poco más sereno.
Así sentí Antes del desayuno, una obra que habla de la mujer, de las mujeres, que propone una voz liberadora, una disposición al cambio. Partir para ser otro.
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