El hechizo mágico de todo teatro, en
el más amplio sentido, se funda en la inagotable posibilidad de
manifestarse a todos sin revelar su secreto. El chamán, por cuya
boca habla la voz de Dios, el danzante enmascarado que espanta a los
demonios, el actor que infunde vida a la obra del poeta, todos ellos
obedecen al mismo mandato: al conjunto de una realidad distinta y más
verdadera. El que este conjuro se convierta en teatro presupone dos
cosas: en primer lugar, la transmutación en actor en un ser que está
por encima de las leyes de lo cotidiano, que se convierte en médium
para un conocimiento de orden superior; y en segundo lugar, la
presencia del espectador, que está preparado para recibir el mensaje
de este conocimiento superior”.
Margot Berthold. Historia del
teatro social.
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