Por: José Ricardo Alzate
@voypateatroEstreno: Agosto 8 año 2000 Autor: Creación colectiva
Actuación: Ángela María Muñoz- Diego Sánchez - Juan David Correa - Jonathan Cadavid - María Isabel García - Juan David Toro - John Fernando Ospina - Estefanía Escudero - Margarita Betancur
Diseño y operación de sonido: Harley Tabares - Daniel Gómez
Composición musical: Javier A. Morales - Ángela María Muñoz - Diego Sánchez - Jaime Chávez
Dirección musical: Ángela María Muñoz
Dirección escénica: Cristóbal Peláez - Jaiver Jurado - Diego Sánchez
Producción, vestuario, escenografía: Matacandelas.
Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas, suele decir que ellos han tomado por costumbre eso de revivir muertos en el escenario. De esto también se trata el teatro, de darle cuerpo y voz a personajes que de otra manera no llegaríamos a conocer, es la posibilidad de verlos existir frente a nosotros por el pacto ficcional que se nos ofrece en el escenario, para ejercitar la imaginación como si fuera un músculo.
“La chica que quería ser dios”, que vimos el 15 de mayo de 2015 en la sala del Matacandelas, recoge partes de la vida, obra e influencias de Sylvia Plath, quien tras su suicidio a los 31 años, en 1963, dejara una obra poética que la convertiría en una autora de culto, con la que se identificaría toda una generación de hombres y en especial, de mujeres en los años 70. Sobre Plath no es fácil ni justo hacer un resumen, pero podríamos destacar como detalle que su libro “La campana de cristal” entró a hacer parte del canon literario anglosajón, es decir, que es un libro necesario y de estudio para todo aquel que tenga el inglés como lengua materna.
“La chica que quería ser dios” bebe para su dramaturgia de varias fuentes, datos biográficos y autores, dando una visión clara, más amplia si se quiere, del personaje principal y no exclusivamente sobre su obra poética. Ellos llaman “textualia” a esta selección de textos, que pasan por Baudelaire, Aurelia Schober (madre de Plath), Ted Hughes (esposo de Plath) y Anne Sexton. Hay dramaturgia de Cristóbal Peláez e incluso hay una escena breve que hace alusión directa a “Medea” de Séneca, obra que el grupo montara bajo la dirección del maestro italiano Luigi María Musati, un año después de estrenar “La chica…”
Capítulo aparte del texto y su personaje central merece la música de la obra. Puede uno confundirse un poco al principio, al ver que la actriz que interpreta a Sylvia Plath canta y toca la guitarra eléctrica, pero es que en realidad estamos ante una banda de jazz y blues. La obra pone como recurso narrativo, o como subtexto, a la “Her kind band” de Anne Sexton, un grupo de nueve músicos, quienes desde un bar de los años cincuenta en Boston o Nueva York, hacen de su presentación una representación, es teatro dentro del teatro.
“La chica que quería ser dios” tiene a la música como un personaje más, que cuenta su parte de la historia, redondea las situaciones que proponen los actores, nos entrega otras pistas y significados. No podría decir con seguridad si es un musical con muchas escenas de representación o es una obra teatral con mucha música. Lo claro es que la música nos recibe y nos despide, se convierte en agrupador de la propuesta estética y es en últimas el soporte de los símbolos en la que se mueven los personajes para transmitir la emotividad e intenciones de sus textos.
La actuación de Ángela María Muñoz en el personaje de Sylvia Plath es sencillamente convincente. El manejo preciso del texto y la palabra, en el tono adecuado, es casi que una característica constante en los actores de la obra, cualidad que históricamente se le reconoce al Matacandelas tras más de 35 años de oficio: su buen trato a la palabra.
Pero no solo cuentan con actores versátiles que además de usar bien sus voces tocan bien sus instrumentos; son muy precisos en la iluminación y los efectos sonoros. El buen uso de la iluminación hace que el gesto en los rostros de los actores se vea claro, que el énfasis en los pocos objetos utilizados refuerce su significado como símbolo, al punto que nos logran convencer que un zapato rojo es Sylvia Plath. Y es que todo lo que hay sobre el escenario en una obra significa algo, así solo se trate de un punto de luz. Bueno, puede que alguna bombilla entre a destiempo o que un actor se quede un momento a oscuras, pero no es algo imperdonable cuando en global hay muchos detalles tan bien logrados por los cuales agradecer como espectador.
Me parece importante destacar el método de montaje de una obra como esta, el de la creación colectiva, que es considerado el gran aporte colombiano al teatro contemporáneo. Aunque el método de creación colectiva es más complejo, podríamos resumirlo en la unión del aporte creativo de cada integrante del grupo, donde es el colectivo quien decide qué queda y qué sale durante el proceso de montaje de una pieza, respetando las posturas y posiciones a partir de la argumentación, el trabajo disciplinado y el ensayo constante. Por esto, cuando se aprecia una obra como “La chica que quería ser dios” en su totalidad, puede intuirse que es la unión de muchos fragmentos, como si se pegaran muchas partes diferentes pero con un mismo sentido.
Cosa diferente es una obra que se monta bajo las decisiones de un único director, donde puede percibirse más cohesión en la obra, pero tal vez menos variedad de sentidos, menos diversidad de ideas y lenguajes mezclados.
En una obra así, es el proceso del grupo lo más valioso, no tanto el resultado, pero en el caso de este homenaje a Sylvia Plath, podría aventurarme en afirmar que es un ejemplo de un buen resultado en el uso del método de creación colectiva.
Ya a modo de cierre, creo que sobre “La chica…” y Matacandelas no es sencillo escribir una crítica, primero por lo que representan para nuestro teatro, pero sobre todo porque no hay mucho más que uno pueda decir que esta obra no diga por sí sola en el escenario. Nuestros invitados, además, han hecho unas lecturas muy acertadas, con las que no puedo más que estar de acuerdo, pero serán ustedes quienes juzguen sus opiniones, que dicho sea de paso, dan ganas de invitar a más de una persona a ver la obra para tener conversaciones tan interesantes como la que tuvimos esa noche.
Un detalle más para destacar es la cantidad de espectadores que han acudido a ver la obra, da gusto entrar a una función a sala llena, la vuelve un suceso colectivo que posibilita una mejor disposición de todos, tanto actores como asistentes, ante un suceso que será único e irrepetible. No hay nada más difícil de disfrutar que una obra con tres gatos en las butacas, sobre todo cuando eres uno de ellos. Los actores hacemos función con uno o con cien, estamos acostumbrados a cumplir con nuestro deber sin que importe el volumen de la audiencia, al fin y al cabo, hay que ser actor para saber con certeza que los cartelitos de “boletería agotada” se ven menos que los dragones y que son más reales nuestros personajes de ficción.
No entiendo cómo hay personas que creen que tener el teatro lleno va en contra de su esencia, de lo más sustancial de lo teatral que es el compartir entre extraños, de la obra como hecho social y espacio de encuentro. Y tampoco hay que ser ingeniero o contador y hasta un poeta fallido sabe que la cuenta no da, que con un aforo de 150 espectadores nadie se enriquece, ni siquiera llenando en todas las funciones. Aquí lo importante es que esta acogida del público da cuenta de la gran aceptación que logra “La chica que quería ser dios” y que después de verla solo puedo sumarme a esa inmensa minoría que demuestra que tantos (que en realidad somos pocos) no podemos estar equivocados.
Esta obra la recomiendo para quienes ven la muerte con tristeza o con ansias, para quienes tienen un duelo pendiente o han pensado en matarse, es una experiencia que la sublima y pone a pensar en Sylvia Plath, en su suicidio como si fuéramos nosotros, al fin y al cabo todos hemos querido ser perfectos en algo en nuestras vidas, ser dioses. Plath lo hizo muriendo. Estará en temporada hasta el último fin de semana de mayo, vayan a verla morir, van a querer seguir vivos para volver a verla.
Nuestros invitados
Debería poner de condición que siempre el invitado llevara compañía, fue muy agradable la conversadita post función. Paola Andrea Castro ganó la invitación y llevó a Alejandro Montoya a ver la obra. Ella la ha visto, con esta, cuatro veces. Para él fue la primera pero prometió repetir. Ella es estudiante de psicología de la UPB y está a punto de entregar su tesis de grado. Alejandro es estudiante de diseño gráfico y de publicidad en la UPB. Los dos tienen 23 años.
Paola asegura que es imposible no verla desde el punto de vista de su formación como psicóloga: de los duelos no realizados y la pulsión de vida y de muerte. Para ella la obra encarna dos energías primordiales de la existencia: el amor y el miedo, este último simbolizado en el personaje de Johnny Panic, que aparece insinuado en voces en la obra.
Estas fueron sus opiniones sobre la velada:
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ResponderEliminarQué nota, Jose. Dices muchas cosas valiosas sobre esta obra; otra de mis favoritas, otra de esas que no me canso de ver. De todo lo que dices valoro aquello de la taquillería, es bueno saber que también hay salas que se llenan, que agotan su boletería y no, precisamente, con teatro erótico. De esta obra...mucho por decir, pero al final queda esa sensación de no querer, de no poder expresar mucho. Espero, pues, que pueda alcanzar una boletica para ir a verla este último fin de semana. Gracias por escribir y por ser parte de esto que parece ser un bello colectivo...colectivo Cuarta Pared.
ResponderEliminarGracias Laura, creo que entendiste mi dificultad, es una obra tan clara que no necesita mucha orientación, la verdad. Me has hecho sentir bien acogido en Cuarta Pared. Vamos descubriendo muchas cosas interesantes con este experimento.
EliminarAh... la muerte. Desde el comienzo no deje de ver a "All the jazz" de Bob Fosse, para mi uno de los mejores artistas de la escena norteamericana, director, dramaturgo, coreógrafo, bailarín (maestro de M.Jackson quien trato de imitarlo) excelente inspirarse en él para hacer teatro con ambiente norteamericano, en su iluminación, choque de imagenes, gestos, ritmo, como también las atmósferas musicales de Jimi Hendrix, Jim Morrison, Louis Amstrong y otros músicos de esas tierras. Buena investigación. Tal vez me hizo falta algún baile como en las coreografías de tan genial innovador del musical norteamericano. Grande serás Bob Fosse. Lástima que no te reconozcan. Cabaret, Lenny, Sweet Charity. Y hasta permitió que se ganaran otros 5 Oscar con su guión de Chicago varios años después de muerto.
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