Por: Jenny Giraldo García
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Foto: Sara Jurado / Medellín en Escena |
Obra: El silencio
Grupo: Teatro del Presagio
¿Dónde la vio? En Oficina Central de los Sueños
¿Cuándo? El jueves 27 de agosto
Siempre, al salir de una obra de teatro, uno se hace la pregunta: ¿Me gustó? Luego aparece una variación importante de esa pregunta: ¿Qué me gustó? ¿Qué no me gustó? Porque es que cada obra es la conjunción de muchos seres y sentidos, de muchas miradas; no importa que no se inscriban dentro del colombianísimo modelo de creación colectiva, en toda obra teatral hay algo de colectivo, y como colectivo se supone diverso y por diverso resulta difícil ‘juzgarla’ como unidad.
Así que vamos por partes: lo primero que llama la atención es la metateatralidad de la propuesta; ahí el público ya entra en otra lógica de observación, una lógica más fragmentada. Un grupo de actores está encerrado ensayando una obra cuyo final aún no existe, pero el encierro es casi obligado; la guerra truena afuera y ellos, los actores, tienen miedo de salir a la calle. Estos fragmentos tienen un buen sentido del humor… para otros actores de teatro o conocedores de conceptos o nombres como “Teatro de la crueldad”, “Stanislavski”, “distanciamiento” o “Teatro de imagen”. La sala de la Oficina estaba llena de –entre ellos– colegas y seguro que muchos se sintieron muy identificados con las técnicas del ensayo y, al comprender lo que escuchaban, seguro que disfrutaron mucho más la obra que un espectador común. Sin embargo, al mismo tiempo, resulta interesante la “lección” teatral en la que a veces se convierte.
Ahora bien, este grupo de actores ensaya una obra que cuenta, a través de cuadros, historias del conflicto armado en la ciudad. Desplazamiento forzado, atentados contra población civil, paramilitarismo, extorsiones, asesinatos selectivos: lo más macabro de la guerra colombiana es plasmado en una suerte de microhistorias donde cada una resulta más cruel y dolorosa que la anterior. Uno ve entonces unos actores y un director comprometidos social y políticamente, que denuncian lo que está ya dicho y es bien sabido pero que sigue siendo el pan mohoso que nos seguimos comiendo cada día.
Espacios y recursos mínimos, símbolos poderosos como la bomba que estalla con una navaja para hablar del asesinato de un niño cuyo único compromiso con el mundo era correr de aquí para allá, Pedrito, se llamaba. “Esa escena me pone muy mal”, dice el actor haciendo de actor y todos nos ponemos mal, porque la muerte violenta de los niños colombianos nos duele y es de esas realidades a las que cada día tenemos que sobreponernos. La obra fue escrita y montada por primera vez hace 15 años, se fue al baúl hace unos siete y apenas está volviendo a escena, pero las situaciones retratadas siguen vigentes y eso es lo más duele. Como espectadora me moví y me conmoví, tragué saliva, cerré los ojos, me arrepentí de ese silencio cómplice que todos guardamos y corroboré, una vez más, que por más que los artistas pregonen que su arte no está obligado a servir, sí sirve, sí nos pone a reflexionar, sí nos dice una que otra verdad.
Bien por Teatro del Presagio que desempolvó esta obra.
Mal por Colombia que se sigue repitiendo en la infamia.
*Comentario Express es un ejercicio que queremos hacer durante la Fiesta de las Artes Escénicas y que consiste en escribir, tan pronto como podamos, nuestras apreciaciones y emociones con respecto a las obras que vamos viendo. ¡Esperamos que lo disfruten!
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